Manifiesto de honestidad de teólogo hereje ante su madre


Madre mía, te escribo a ti porque en realidad mi padre ha estado más orientado al ateísmo que a la religiosidad o en este caso al cristianismo. Te escribo ahora, aunque ya no estás en este planeta, sé que sigues aquí, junto a mí, a mi lado, quiero que sepas que a veces te lloro, poco, sobre todo cuando necesito el cobijo tuyo, pero sé que es parte del proceso y camino, pero después de leer el manifiesto de algunos amigos decidí hacer el propio, creo que, como lección, catarsis y ayuda a otros puede ser genial. Y esto te escribo:

Sé que por años dedicaste tu vida a orientarme en el camino de la iglesia (que no tanto del cristianismo), y que muchas veces estuviste orando a Dios para que yo tuviera un encuentro personal con Cristo (extrañamente lo tuve unas veinte veces cada que algún predicador o músico tocaba mis emociones y me hacía sentir que debía cambiar, hoy sé que se llaman “terapias de choque”, y que sólo duran días, semanas, meses o hasta un año cuando mucho).

Quiero confesarte que este dicho encuentro lo tuve hasta la edad treinta años, el verdadero encuentro fue ahí, en la calamidad, en la soledad, en la desesperación, en la pérdida de fe, en la necesidad de escupirle a Dios todas sus mentiras, ahí, cuando todo estaba desolado, ahí me encontré con el Cristo de la biblia, con el Jesús de la historia, y abandoné al de la iglesia. Un cristo tan pequeño como muchas de sus ideas, tan vil como el mismo diablo que predican y tan pinche como muchos de sus líderes, ahí dejé de ser alguien que no era y acepté al Marco Antonio que sí soy. Sabes que es lo chistoso, para cuando me encontré con Cristo ya era Ministro Ordenado, me pregunto cuántos andan por ahí ministrando sin entender al Cristo y a Jesús.

Sé que ha de haber sido difícil tenerme como hijo, siempre rebelde, siempre preguntando los porqué de las cosas, siempre peleando por una utopía, necio, terco, majadero, hasta un verdadero hijo de la chingada… sí, sé que te molestaba que hablara con groserías, pero qué quieres así soy, así me ama Dios, así me amo yo y pues soy libre, ¿qué le vamos a hacer?

Pues pasaron los años y yo siempre queriendo ganar un lugar en tu aceptación, un lugar que no ganaba porque no era, no soy y no seré como tú querías, pero sé que me amabas. Cierto día algo raro pasó, en el caminar de mi vida, a unos pasos de hacer una estupidez, algo me tiró al suelo, y entonces las lágrimas rodaban y rodaban por mis mejillas, me sentía sólo, completamente sólo, sin mí, y una voz que me decía “te amo, a pesar de ser tú, te amo, haremos grandes cosas…”; algunos dicen que era mi llamamiento, y es posible, después de eso no quería saber nada de nada si no tenía que ver con las cosas de la iglesia. Me metí a servir, a toca guitarra, leí la biblia como 10 veces en un año de pasta a pasta (nadie sabía nada de eso hasta hoy que lo puedo decir sin miedo a ser juzgado como loco), me la pasaba orando, muchas horas, buscando “el rostro de Dios”, era un talibán del evangelio, una máquina de guerra, un pendejo con muchos versículos que tirarles a los pecadores y mundanos que vivían cerca de mí.

Y, como era de esperarse, perdí amigo, muchos amigos, entre ellos a mi mejor amigo (a mi amigo de toda la vida, a él que sólo se acercó a decirme cómo estaba feliz y yo, le solté tres cuatro “verdades bíblicas” de su vida pecadora), perdía amores, dejé los vicios, dejé la música (me dijeron que era pecado tocar música secular), adiós los conciertos, la marihuana, los hongos y el peyote, adiós los fines de semana en fiestas y lisonjas, y nada de lectura secular, me hace daño al cerebro, pura literatura cristiana, de gente que ha sido ungida por Dios, que llena estadios y sana personas. No más baile, pero si danza “no es lo mismo” (ja, ja, ja, hasta dónde llega la estupidez).

Me fui al seminario, comencé a ver otro mundo, creo es la mejor decisión de estudios que he tomado en mi vida, comencé a ver al Jesús de la historia y al Cristo de la fe, comencé a darme cuenta de todos los engaños que nos dicen para mantener a un pueblo quieto y sin dudas, lleno de miedo por el futuro incierto, pero con la idea de “me iré al cielo prometido”, comencé a ver que nos engañan con un diablo que no existe, que está dentro de mí, porque se manifiesta a través de mi narcisismo, en el seminario aprendí a leer (aunque si algo agradezco a la vida es que siempre te vi leyendo a ti y por eso mi amor a la lectura… y al cine), comprendí, discerní que la iglesia religiosa (que no la iglesia de Cristo) como muchas mafias sólo quiere chingar al otro.

Ahí, sin querer comenzaron más problemas contigo, pues yo era “ministro”, veía en tus ojos la alegría de que lo fuera, pero el miedo también, muchas veces fuiste muy fatalista con la idea de “no viven bien”, siempre buscando la peor referencia y no la mejor, porque querías que fuera médico, y lo soy, pero yo curo cuerpos-almas y espíritus, seres integrales, eso es más complicado sabes.

Después me fui hasta el otro lado del país (“mejor” o más cerca, porque me iba a Costa Rica), ahí me quede y sigo, ya hace catorce años que vivo acá, con ideas todavía más radicales que las de antes, con más fuerza hacia la utopía de ser libre en todo, con más groserías y más amor a la humanidad.

Sólo quiero que sepas que acá todo está de maravilla, que posiblemente no fui, no soy y jura que no seré el hombre que tú hubieras querido que fuera, soy el ser humano que yo decidí ser, y sé que a pesar de todas las quejas y las cosas sabías que lo hacía bien, y hasta me lo aplaudías, como cuando te enojabas porque quería comprar unas arracadas para mis orejas y terminabas diciendo ¿están mejor estas no?

Así que no te preocupes má, maduré, crecí, y por fin me encontré con ese niño que tenía dentro en una prisión llamada sociedad, familia, religión e iglesia; hoy, te juro que soy libre y que me agarro a veces con Dios… o Diosa, tú lo sabes, a veces vienes conmigo a tomarte un tequila a tu salud y a la vida. 
Te amo.

Tu hijo: Marco Antonio Meza-Flores

P.D.  El niño Tony siempre está sonriendo, porque se lleva de maravilla con Marco Antonio el hombre.

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